CATAMARCA, LA JOYA DESCONOCIDA DE ARGENTINA
TURISMO DE NATURALEZA
La extensa y poco poblada provincia del noroeste del país austral es un paraíso aún virgen, con soberbias montañas, dunas y termas. Su artesanía y su gente completan un viaje único

Buenos Aires no necesita demasiada propaganda ya. Pero quien viaja por el mundo en busca de naturaleza y autenticidad, sabe también que el noreste argentino tiene el reclamo salvaje de sus cataratas selváticas, el sur el de sus inmensidades de viento y hielo, coronadas por el glaciar Perito Moreno, y el norte el del soberbio desierto puneño. Pocos conocen en cambio Catamarca, una extensa provincia del noroeste del país sudamericano, apresada entre sus famosas vecinas, La Rioja y Salta, y que constituye sin embargo un verdadero tesoro escondido, aún virgen y cargado de impacto para el amante de la montaña –cubre un 80% de su paisaje- con sus caprichosas esculturas y tonalidades.

ARGENTINA
El Peñón
Villa Vil
Fiambalá
Belén
San Fernando
Provincia
de Catamarca
ABC
El viajero que transite Catamarca aún podrá sentir en muchos momentos la adrenalina del explorador solitario ante la inmensidad apabullante de las formaciones rocosas, en el regazo fresco de sus cuevas y desfiladeros o surcando las planicies cruzadas por animales salvajes y cascabeleantes ríos aparentemente mansos pero que enfadan con voracidad con las crecidas.
Esta tierra mayormente árida –solo el Este y el centro tienen zonas verdes, el resto es piedra, arena, cactus y matorral bajo aislado-, curtida por el sol inmisericorde del verano y el frío agudo del invierno, ofrece un destino poco explorado en el que perderse con la confianza que da la calidez de su gente humilde, que en su hospitalidad de pocas palabras y en la belleza de su colorida artesanía manifiesta su espíritu ancestral apegado a su entorno y a su cultura.
La toma de contacto
Si se llega a esta provincia argentina en avión, la primera parada obligada será su capital y ciudad más importante, San Fernando del Valle de Catamarca, donde la oferta de hoteles y restaurantes es variada y se podrán coger fuerzas para la aventura.
Una buena manera de recorrerla es alquilar una bicicleta eléctrica y dejarse llevar por la curiosidad en sus animadas calles. En el centro de la urbe, en su plaza principal y corazón de la vida urbana, destaca la catedral y basílica dedicada a Nuestra Señora del Valle a raíz de una estatuilla de madera de una virgen oscura encontrada en una cueva en 1620. La gran iglesia roja se puede visitar por dentro –la entrada es gratuita-, para ver su bóveda y su coro, con sus lámparas y mármoles; su pequeño camarín y oratorio de la primera planta, adonde la imagen se gira para ocasiones, o subir a su campanario para tener una vista global de San Fernando.

En este punto también es buena idea tener una primera aproximación a la maravillosa artesanía catamarqueña, que es sobre todo textil, y cuya ejecución en todo tipo de telares es un espectáculo de destreza y delicadeza a partes iguales, absolutamente manual.
Dos lugares donde apreciarla son La Casa de la Puna y la Fábrica de Alfombras, en los que se enseña cómo se trabajan, a la manera ancestral, la lana de llama y de oveja y la más escasa y especial de vicuña, nudo a nudo hasta dar forma a pacientes ponchos, tapices, mantas y otro tipo de productos similares. Solo un poncho, la prenda más típica, lleva un año de trabajo artesanal desde que pasa por el huso y la rueca, luego el telar y finalmente el refinamiento último con tijeras, y si es de vicuña lleva al menos el pelo de cinco de ellas, que solo se esquilan –este animal no se domestica, vive libre y se lo coge exclusivamente para ello en una ceremonia precolombina conocida como 'chaku'- dos veces al año.
Si hay un segundo día para disfrutar de esta ciudad, una alternativa es subir a Las Juntas, la villa veraniega de sus habitantes ubicada entre las sierras del Tala, con casas típicas de fin de semana y paseos a caballo entre su frondosa vegetación y sus cuatro cursos de agua, o escalar hasta el Cristo Redentor de El Rodeo, que en Semana Santa recibe la peregrinación de toda la región.
La ruta 40
Desde San Fernando, en coche o moto y sin muchas prisas, porque este destino requiere de muchos kilómetros y de calma, hay que poner GPS rumbo a la ruta 40, una cicatriz afilada que parte en dos la provincia a su paso a lo largo de toda la lengua que es Argentina, desde la Patagonia y hasta su límite con Bolivia.

En Catamarca en concreto, esta carretera mítica une en el eco de sus enormes distancias algunos de los parajes naturales más auténticos y sobrecogedores del sur americano, situados en el gran valle central y del oeste de la provincia, escenario de las guerras calchaquíes que marcaron la rebelión de su población nativa contra el dominio español en épocas coloniales y que hoy no se adivina en el carácter amable -aunque resistente, ahí hay huella- de sus gentes.
Comienza aquí un periplo entre montañas de colores cambiantes, grandes planicies, ocasionales manadas de vicuñas sueltas y la sola compañía de los camiones que salen y entran en sordo trasiego a las numerosas minas que explotan sus pústulas de metales y piedras preciosas al aire callado de Catamarca.
De Londres a Belén
En este confín de la tierra también existe Londres. Es el estridente nombre de una ahora modesta localidad nacida en 1558, cuando fue la segunda ciudad fundada en Argentina después de Santiago del Estero por los españoles que bajaban del Alto Perú. Por allí se pasa para llegar a Belén, más grande y cuna de músicos y bailarines, la antesala de la Puna –ya se pueden empezar a notar sus efectos, y es frecuente ver a los habitantes mascar coca, o estar 'coqueando', para eludir el mal de altura- y hogar de un paraje que muy pocos conocen, Villa Vil, situado a 80 kilómetros de la ciudad y, gracias a Los Castillos, uno de los tesoros catamarqueños a descubrir.
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De hecho han comenzado a visitarlo personas ajenas a la reducida población local desde hace muy poco. No fue hasta estos últimos años que las administraciones han instrumentado un programa de turismo de la mano del guía local Roly Segobia, que unió su profesión a sus vivencias de niño cuando atravesaba casi sin mirar ya estas montañas agrestes para ir del pueblo a la casa de sus abuelos.
En esta postal de rocas sedimentarias de diversos tonos organiza con otros compañeros el senderismo necesario para recorrerlo, un paseo de dificultad media entre algarrobos, cardones, jarillas, breas y biscotes, atravesado por algún curso de agua menor y que lleva al menos unas cinco horas de caminata.
El plan se puede complementar con visitas a hogares de los pobladores de Villa Vil que se abren a dar de comer, enseñar a hilar y, unos pocos, a alojar a los turistas. Próximamente se habilitarán también unas termas para completar el programa en Villa Vil.
Pero Belén no solo tiene naturaleza o la cita música con sus peñas y sus fiestas. Hasta lo que hoy es Catamarca llegó en su día el imperio inca, y en esta parte del territorio tuvo uno de sus asentamientos clave en aquella ruta de expansión, hoy convertido en el yacimiento arqueológico y centro de interpretación El Shincal, donde aún se pueden ver restos de construcciones, la organización del trazado y diferentes utensilios y estructuras de entonces.
Antofagasta, como nunca
Siguiendo hacia el norte, hacia Antofagasta de la Sierra, se puede parar en Laguna blanca, Reserva de la Biosfera por su riqueza en flora y fauna y la labor de protección de flamencos rosados y sobre todo de vicuñas que lleva a cabo.
Antofagasta es zona de salares y de volcanes. Hay de ambos varios exponentes, a cual más impactante. Es esta una provincia para montañeros y escaladores, de hecho su población lo es desde la antigüedad, cuando se combinaban los pies con las mulas, y hay varias anécdotas y personajes que han pasado a la historia por sus gestas y sus logros aún en tiempos sin los materiales y medios que hay hoy en día para atreverse a meterse con los gigantes de la tierra.
Es un destino también para quienes, más recatadamente, quieren practicar trekking y compenetrarse con el mundo natural sin intervenciones, algo cada vez más escaso en los destinos y más difícil de conseguir en los viajes.
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Los aficionados a la pesca pueden ir a por la trucha y los salmonetes en el río Punilla, y todos deben reservar un día para visitar su increíble campo de piedra pómez, un predio de aspecto espacial de 18 kilómetros de largo en el que esta roca porosa y blanca ha creado escalones, asientos, formas y miradores.
Esta zona solo se puede visitar desde hace dos décadas, antes era un secreto a voces entre los locales pero no se conocía más allá. Actualmente se entra a bordo de camionetas 4x4, dejando a un lado el volcán oscuro de Carachi y sus lagunas, junto a las cuales hay varias minas de litio, y más al fondo otro volcán, este blanco y el que se cree escupió la piedra pómez sobre el valle.
Bonita Fiambalá
Desde Belén hacia el oeste parte otra ruta interesante, la que lleva al circuito de Los Seismiles, lugar de peregrinaje de montañeros de todo el planeta porque reúne nada menos que 22 cimas de esta altura –entre ellas, las cinco más altas de Sudamérica- ubicadas en los términos municipales de Antofagasta y Fiambalá.


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Pero Fiambalá también es un gran destino para quienes no son deportistas de altura como tales. Y es que además de sus agradables calles y caseríos, esta localidad encierra tres planes especiales aptos para todo público.
Uno es el de las termas, que aquí son piscinas naturales de distinta temperatura abiertas en pendiente entre dos abruptas laderas y con grandes vistas. Esta zona de baño está en funcionamiento todo el día, en tres turnos de uso, y cuenta con parking, vestuarios, restaurante y zona de recreo.
El segundo baluarte de Fiambalá es la gran duna de Saujil, su 'duna mágica', un tobogán natural de arena blanca del que se lanzan los valientes en tablas –el lugar es abierto, sin coste-, cosa que sin embargo no puede hacerse en la cercana duna Federico Kirbus, la más alta de América del Sur pero no habilitada para el 'sandboard' en su caso.
Por último, esta localidad es la casa del Cañón del Indio, una bonita ruta de senderismo –esta es de nivel incial- que desemboca en los perfiles rocosos de dos aborígenes que parecen mirarse de frente con complicidad.
Paredes de adobe

Finalmente, entre Fiambalá y Tinogasta, perviven unas increíbles construcciones de color rojo ladrillo, aunque hechas de adobe, completamente a mano, testigos mudos de otras vidas y tiempos conservados en perfecto estado.
Hay capillas, oratorios y varias viviendas y fincas que se pueden ver, aún intactas, en lo que conforma la Ruta del Adobe. Allí, viendo lo que es posible hacer con tan poco, pero además sus colores, su olor a tierra a fresca y su mimetización con la naturaleza, se puede entender la riqueza profunda de Catamarca.
Datos útiles:
Catamarca tiene una superficie de 102.602 kilómetros cuadrados y una población de 429.556 habitantes.
Es mejor visitarla de septiembre a mayo, evitando el verano austral.
Flora y fauna: hay gran variedad de cactus y de arbustos bajos. Entre los árboles, palo borracho, algarrobos, quebrachos blancos, tusca, brea y chañal. En cuanto a animales, la vicuña es emblemática. También hay llamas, alpacas, guanacos, todo tipo de aves -cóndor entre ellas-, corzuelo, puma, perdiz.
Productos típicos: aceitunas, vino, membrillo, nueces.
Ritmos musicales: zamba, cuenca, gato, chacarera.
Qué comprar: prendas textiles artesanales (ponchos, mantas, caminos de mesa, tapices), dulces, hierbas, vino, joyas con piedra rodocrosita.
En toda Catamarca es frecuente toparse con altares a la Pachamama. Se trata de acumulaciones cónicas de piedras que van dejando quienes pasan. Se las conoce como 'apachetas', y también es habitual echarles o dejarles agua como ofrenda, «para que no falte en el camino y pidiéndole pide permiso para adentrarse en ella», según explicó la guía catamarqueña Kitty Capilla.
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